Confesión de un esquizoide
Yo necesito aprovechar el tiempo, ellos lo pierden por cantidades, sobre todo cuando se juntan: se transforman en una masa estúpida, bufona de sí misma, se convierten en fieles esclavos de sus emociones. Y eso, los hace más aburridos, más torpes, más predecibles.
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Pintura: Allan Villavicencio |
Los evito. Han llegado a aburrirme. Me molesta su interés por conocer mi vida, mis percepciones, mis emociones. Ya ni siquiera tengo necesidad de hablar con ellos para adivinar qué están pensando, qué están sintiendo, a qué le temen.
Solo basta un análisis breve. Con algunos toma más tiempo: los que aprendieron a camuflarse o tienen dominio sobre sí
mismos; sin embargo, tarde o temprano, todos quedan expuestos, desnudos ante mí. Igual no se hacen
muchas preguntas, quieren todo el tiempo hablar de su universo interior, de sus
necesidades amorosas. Entregan más de lo que se les pide, y ahí está su
derrota.
Me exasperan sus debilidades, oír cómo se quejan, cómo lloran por insignificancias. Yo necesito aprovechar el tiempo, ellos lo pierden por cantidades, sobre todo cuando se juntan: se transforman en una masa estúpida, bufona de sí misma, se convierten en fieles esclavos de sus emociones. Y eso, los hace más aburridos, más torpes, más predecibles.
Me preguntan por qué Alcira es mi única amiga, nunca he sabido qué responderles. Pero en mis adentros tengo clara
la respuesta: jamás indaga en mis emociones ni en las de ella. Compartimos una suerte de conexión mental.
Como debe ser.
Alguno una vez sugirió acostarme con ella, no entiendo por
qué llegan a ese punto de compartir soezmente su sexo repugnante. ¡No me quiero
acostar con ella! ¡No me quiero acostar con nadie!
Mi teléfono ha estado
fallando hace meses, pero no es algo que lamente, es una bendición estar
alejado teniendo tan buena excusa. La
sensatez brota en soledad. El conocimiento es producto de la introspección. No
hay ámbito más liviano que el de mi cuarto.
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